miércoles, 21 de noviembre de 2012

...Lo vi marcharse esa noche lluviosa y rota con los cordones sueltos, mojándolos entre los charcos profundos de reflejos, borrando las huellas que dejan sus lágrimas en el suelo, aunque se camuflaran en ligeras gotas después de un vendaval.
Se le notaba la tristeza en la espalda. Cargaba con su pena a cuestas. Encorvado y con paso lento caminaba exhalando su amargura, el insípido flagelo de la locura agobiada.
Lo vi afligido, desesperado, quebrantado. Solo 
Llevaba el alma en los zapatos, amarrada a los cordones; sucia, mojada y al igual que la noche: rota 
Mientras se marchaba me despedí con un silencio, uno de esos que que se gritan con la mirada, que penetran los tímpanos, que se guardan con nostalgia.
Me vi marcharme esa noche, entre recuerdos y desvelos, entre canciones y consuelos, entre mis párpados húmedos y mi cordura ausente.
Yo también llevaba la tristeza en el cuerpo, en los pasos, en el vaho entremezclado con el aíre frívolo de esa noche que al igual que mi cuerpo se sentía triste
Me vi afligida, desesperada, quebrantada. Sola
Me vi sin alma pues, esta, libre luego de sentir su ausencia se fue al compás de su zapato para intentar ahogarse en un charco de profundos de reflejos...

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