domingo, 5 de enero de 2014

Carta a una amiga

Sé que hace mucho no escribo y sé que he fallado en algo -o en casi todo-, pero déjeme reivindicarme. Mire que aún no he perdido el instinto, ni la naturaleza tan humana de razonar, leer y escribir que es lo único que me mantiene viva en este circo de fenómenos que no saben vivir. Aún me suenan las canciones a baile y risa, aún el deseo de volar con estas piernas tan popochas y estos brazos tan... bueno, tan pobres de huesos y plumas. Aún sé reír y he creído que empiezo a aprender a amar.

Mi querida:
Se ha dado cuenta usted que ya nada es lo mismo? Ha podido percatarse que el aíre ya no huele a destellos de masas y revueltas fervorosas con aíres de victorias lejanas? Pudo percibir que su voz y la forma de sus zapatos cambió y que yo ya no me veo en los sitios de costumbre donde solía encontrarme con los libros rojos bajo el brazo con una sonrisa en la cara?
Me he preguntado varias veces si madurar es dejar de apasionarse. Por ejemplo dese cuenta las veces que gritamos con tanta fuerza y aíre las mismas frases en la calle. Acuérdese querida mía con las ganas y la fe con qué lo hacíamos. Que pasión me recorre el pecho. Y ahora? son gritos sordos, testarudos y hasta incípidos a nuestros oídos. Claro que lo digo por mi, pero en usted, en usted me he dado cuenta que suelta una cierta risa conspiradora y burlona. Así como cuando uno se burla con malicia porque se da cuenta que hay una gran estupidez. Sí, lo he visto, no en sus labios, sino en su mirada.
Le decía. Dejar de apasionarse. Dígame si su oficio lo hace con tanto fervor con que hace unos años lo soñaba. Pregúntese si los zapatos que lleva puestos le han dado las esperanzas. Es claro que gusto sí hay, pero la seriedad nos ha carcomido las entrañas de los sueños.
Le confieso que a veces me gusta la inmaduréz. Pensar que aquellas utopías son sueños que se logran con leer algunos libros, pintar carteles y resistir. Me gusta la inmadurez cuando me permite soñar con un "cuando sea grande". Me gusta la inmadurez cuando me deja escribirle cartas como esta sin tapujos y con recuerdos y es que le digo todo esto porque la madurez nos ha llevado a vernos como abogada e historiadora a saludarnos de vez en cuando, a dar un abrazo sin sorpresa, a ser simples compañeras que se encuentran un día bajo una sombrilla y un sol.
Pero sabe? debo decirle que hay algo que no ha cambiado. Son estas cosquillas que me despiertan las manos cada vez que "inmaduramente" leo sus palabras. Es este inmaduro anhelo de creer que al escribirnos vamos descubriendo nuestras vidas aunque "maduramente" solo haya un saludo de amistad. Algo no ha cambiado... Este apacible y espontáneo intercambio de letras inesperado que para ambas producen musas, obviamente inmaduras cómo ambas.

Con cariño
Su amiga que se la carcome el tiempo con la madurez