Su conciencia desapareció por un minuto en medio del universo, viendo aquella película donde todo era de un color sepia; ese color que caracteriza el sueño lejano que produce cierta nostálgia. Recordó las palabras de su padre dichas en la cena que resultó amarga y febril pero tan dulce que los sabores intentaban aferrarse al paladar pero la amargura y la sal de las lagrimas las tumbaron hacía el estómago de un solo golpe sin siquiera sentir la textura de cada trozo. Recordó el poder fonético de cada sílaba, cómo soldados penetrando en su oído rompiendo paredes hasta llegar al rincón donde se producia algúna esperanza de vida, con armas de miedo, poder e impaciencia amenazaron todo sueño que se encontraba vivo. Recordó como en el piso, blanco como una hoja de papel virgen, caían de un barranco sonrrojado una lágrima tras otra directo al vacio en un suicidio colectivo sin sentido. Sin remordimiento se tumbaban de una en una y adentro en su pecho había luto y un fuerte ahogo de despedida a aquellas valientes que con su muerte se llevaban un poco de dolor.
Ella, perdida entre las imágenes de aquella película que le enseñaba que luchar era el camino, se vio consternada al pensar que las palabras de su padre eran verdaderas, al sentir que la guerra en su cabeza la había ganado la realidad y los sueños habían sido masacrados, torturados y algúno que otro vendido. Ya no lloraba, no tenía como. Entre el piso y el pan se habían quedado todas las voluntarias del desahogo. Su conciencia que volvía a razonar de a poco intentó entender como en la pelicula hablaban de lucha y sentido, cuando en su cabeza acababa de haber un exterminio de ideas y pensamientos, cuando no quedaron ni escombros.
¿Se referían acaso a esa lucha utópica que sueña el hombre?, ¿esa lucha por la felicidad? ¿esa lucha que busca realidad? Esa realidad que acababa de matar sus ideas, realidad que la dejo vacia, realidad que acabo con su sueño.
De repente su conciencia había vuelto del todo y en el momento menos pensado con una timidez agoviante, de la punta de su naríz colgaba, sin dejarse caer, una pequeña gota cristalina, temerosa y arrepentida de lo que podía ser su triste final. Ella La sostuvo en su dedo índice y la dejó dormir, pero ya no podía hacer nada, aquella lágrima ya había tomado la decisión de botarse y no tenía devuelta al ojo.
Sin ofuscarse por el suicidio que producia su recuerdo de aquella cena, tomó un cigarrillo y con el rostro hacía arriba exhaló ese humo que le ostigaba, que le mareaba, que guardaba tantos suspiros. Lo botó con rabia, con desespero. Pensó en el placer de echar todo hacía afuera de sí sin lamentos. Ya no sentía un futuro, el humo se había llevado su destino y la última lágrima que durmio en su dedo mato la esperanza de un sueño.
Desde entonces pasa la noche sin dormir, siempre está en vela pues ahora no sueña, no fuma y evita recordar para no producir suicidios colectivos sin sentido